Nostalgia de LIJ: Cuentos escritos a máquina

Durante los próximos meses, bajo el título “Nostalgia de LIJ”, rendiremos homenaje a la –probablemente irrepetible– literatura infantil y juvenil de los años 70 y 80 del pasado siglo XX.

En cada entrega se comentará un original representativo de esta época, escogiendo los detalles más relevantes para cada ocasión: temática, contexto del autor, etc. Además, en todas, se analizará un fragmento del título en cuestión con el fin de hacer hincapié en algún aspecto técnico-narrativo particularmente valioso -en este sentido, puede resultar interesante para los escritores que tengan ya en marcha una vocación profesional-. También intentaremos en algunas entregas conectar los contenidos de la obra con cuestiones relativas a los particulares mundos de la infancia y de la temprana adolescencia; nos aproximaremos, pues, a nociones relacionadas con la psicología evolutiva.

Pero, sobre todo, ojalá este espacio ayude a revivir emociones propias de cuando éramos niños. ¡Y aún mejor si, como adultos, sentimos ganas de volver a leer LIJ! Pues los buenos libros para niños y chicos son, en realidad… para todas las edades.

Cuentos escritos a máquina
(o el doble teclado del maestro Gianni Rodari)

Novelle fatte a macchina / Cuentos escritos a máquina

Novelle fatte a macchina (Einaudi, 1973) / Cuentos escritos a máquina (Santillana, 2016)

Este libro, publicado por primera vez en 1973, consta de… ¡26 relatos!, nada menos. Muchos de ellos tienen doble título, como por ejemplo “El profesor Terríbilis (La muerte de Julio César)” —volveremos a este más adelante, ya que lo hemos escogido de entre todos para examinarlo con algo más de detalle—. ¿Qué tienen en común todos estos relatos? Que han sido escritos a máquina: aunque podemos conectar algunos entre sí, sobre todo aquellos que comparten personajes, se puede decir que cada uno funciona de forma independiente.

El rasgo más llamativo de este autor italiano es el sentido del humor. Normalmente, utiliza como soporte una situación fantástica, inverosímil o cuando menos singular, independientemente de que pueda darse en algunas ocasiones algún fondo de lo más realista. A su vez, esta situación suele estar llena de detalles absurdos que muchas veces están ligados a hechos culturales —en especial, a la historia o a la mitología clásica—. Los cuentos de Rodari son, ante todo, para pasárselo bien, para reír en alto incluso. En “El cartero de Civitavecchia”, por ejemplo, hay un montón de esta clase de detalles hilarantes, que, con el transcurrir de las frases, sumen al lector en un agradable estado de comicidad: al cartero, llamado Gian Gottardo Angelotti, le apodan Grillo. Y tiene una novia llamada Ángela que “lo quiere tanto que cuando llueve le seca el paraguas con su secador del pelo”. Para animarlo, le dice cosas como: “Eres el mejor cartero de Civitavecchia y de todo el Tirreno. Nadie lleva una bolsa tan pesada como la tuya. Si te dan un telegrama para entregar, vas tan rápido que a veces llegas el día antes”.

Escribe Rodari que “a Grillo lo destinan a la entrega de paquetes postales; pero para él es un juego: lleva hasta veinticuatro a la vez y ni siquiera suda, y así se ahorra el pañuelo, con lo que cuesta el jabón”. Contra todo pronóstico, cuando no vamos ni por la mitad del relato, el autor mete un punto de giro: el jefe propone a Grillo que se dedique a levantar pesos, pues piensa que podría ser campeón. Obviamente, ya nada dejará de asombrarnos: por ejemplo, “Grillo se pone el bañador, se tira al agua, se acerca a un carguero de bandera turca, de mil quinientas toneladas de arqueo” y lo levanta. El problema es que, cuando le toca descansar, dormir, en las previas al campeonato mundial de levantamiento de pesos, en Alejandría, sueña tan deprisa que se despierta en épocas pasadas. ¿Llegará a tiempo en algún momento de hallarse en el presente y ganar el campeonato?

El cartero de Civitavecchia (Ils. de Francesco Altan)

El cartero de Civitavecchia (Ils. de Francesco Altan)

Se trata de una prosa de ritmo ágil muy accesible para cualquier lector. Pero resulta bastante menos elemental en su análisis. En realidad, posee un doble teclado, en el sentido de que contiene un guiño destinado a todos aquellos adultos que deseen entretenerse a su vez con la sutil crítica social que contienen muchas de sus piezas —un buen ejemplo de esto sería el inicio de “El motociclista enamorado”—. Rodari refleja sin duda el cambio de contexto social que aconteció en Italia tras la II Guerra Mundial. Si bien los recursos literario-humorísticos de este autor son interminables, podemos destacar que una buena parte de sus golpes están basados en dar un giro más de tuerca, en la reiteración oportuna de grupos de palabras y en ciertas elecciones semánticas o conceptuales.

Por ejemplo, uno de los personajes clásicos a los que recurre es, en realidad, una figura: la del comendador, que es un caballero que tiene un encargo, encomienda o recado en algunas de las órdenes de la milicia o caballería. En el contexto moderno-industrial-urbanita en que acontecen las historias de Rodari, tal solemnidad y distinción al denominar se nos antoja más bien hilarante por excesiva. Si bien es muy probable que lo que quiera indicar es la perpetuación que se da en la relación señor-vasallo, aun cuando podamos encontrar evidentes diferencias de grado (y sobre todo cualitativas) en el último tercio del siglo XX en los países europeos occidentales, Italia entre ellos, por supuesto. Hay, en suma, entre estas páginas una conciencia de clase, por así decirlo; la cual no debe retraer en absoluto a ningún potencial lector, puesto que está mucho más al servicio del humor y de la historia que de ninguna clase de actitud panfletaria.

Una característica singular de Rodari es la capacidad que tiene para unir escenarios que, a priori, poca relación debieran tener entre sí —en ocasiones, se trata de mundos totalmente distintos—. No solo eso, sino que se puede dar que la historia transite a lo largo de una permanente ida y vuelta entre ambos, quizá de manera vertiginosa, lo cual nos introduce en alguna clase de puente aéreo fantástico. Y para ello no necesita aportar ninguna clase de lógica especial, le basta con un poco de verosimilitud. Un buen ejemplo de esto que decimos lo podemos encontrar en el cuento “Miss Universo de ojos de color verde-venus”. Asimismo, este relato supone una versión de “La Cenicienta”.

Miss Universo de ojos de color verde-venus (Ils. de Paola)

Miss Universo de ojos de color verde-venus (Ils. de Paola)

Rodari, en efecto, también posee una amplia oferta basada en los clásicos; en ocasiones, ofrece su visión particular del cuento; en otras, tan solo escoge una particularidad de alguno de ellos, como en “El automóvil, el violín y el tranvía de carreras” (“espejito, espejito…” como comienzo de todas las alocadas y divertidas disonancias por venir); también, puede acabar montando una auténtica ensalada de cuentos clásicos, como en “El Barbarano contra el Inglaprusia o Los magos del estadio”. En este último caso no hay préstamos ajenos, no en rigor, no en cuanto a totalidades narrativas, sino casi meros recordatorios nominativos de clásicos (por ejemplo, personajes de esos cuentos maravillosos que aparecen y se ponen exclusivamente al servicio del relato original de forma admirable). La pieza resulta notable, con el añadido de que saber de fútbol carece de relevancia de cara a disfrutarla.

No obstante, y como ya hemos mencionado un poco más arriba, Rodari tiene algunos cuentos que suponen excepciones en cuanto a tono, tratamiento y fondo. “Me marcho con los gatos” es un magnífico ejemplo del intimismo que puede llegar a retratar —en esencia, este relato supone una crónica de la soledad y de la hartura concentrada que embargan al personaje principal—. O “El pescador del puente Garibaldi”, sin duda el más enigmático de la compilación: se nos antoja una reflexión acerca de lo que merecería recibir la gente bondadosa.

Conviene que aprovechemos para destacar que Rodari no es un escritor de lógicas narrativas cerradas y perfectas; en muchas ocasiones, deja una sensación de cabos sueltos, que se compensa de sobra en el conjunto. Con todo, hablar de Rodari es hablar de creatividad. Pero… para nosotros, la creatividad no tiene tanto mérito, pues estamos convencidos de que tiene mucho de inconsciente y aún más de insistencia en el trabajo, tal y como mencionó Picasso al ser preguntado por el papel creador de la inspiración. Podríamos incluso llegar a admitir que ni las vivencias ni las ideas dirigen por completo la obra ni de este ni de ningún otro autor —precisamente, por esa inconsciencia de la que hablamos—. Sin embargo, tampoco tendría sentido desligar del todo la obra de la biografía del autor. En este caso, muchos ya lo sabréis, su variado desempeño no carece de peso específico en relación con los contenidos temáticos de sus historias: maestro, periodista —que fue el oficio que inicialmente le puso narrativamente en contacto con los niños— y militante del partido comunista (eurocomunismo, que se llamaría más adelante para distinguirlo de la versión férrea de los países del Este).

Y, desde luego, también merece la pena destacar la vertiente pedagógica de Rodari: existen muchos textos destinados a enseñar en qué consiste la escritura creativa de originales destinados a adultos, pero muy pocos dirigidos a aprender a escribir para niños y chicos. Uno de los pocos —casi, casi, de lectura obligatoria para quien quiera dedicarse a la LIJ— es de este autor italiano. Se trata de Gramática de la fantasía. En él, se dedica principalmente al arte de inventar historias, en especial en lo referente a la génesis, al comienzo. De su lectura se deduce con facilidad el papel transformador de la realidad que puede jugar la fantasía, con las implicaciones futuras que ello podría conllevar. A lo largo de esas páginas docentes aparecen multitud de ejemplos en que el maestro y los alumnos interaccionan, precisamente jugando, con el fin de elaborar un relato.

El profesor Terríbilis o La muerte de Julio César

Cuentos escritos a máquina(Relato extraído de Cuentos escritos a máquina, publicado por Loqueleo-Santillana en 2016)

Hoy el profesor Terríbilis es más alto de lo normal. Le sucede siempre eso en los días de interrogatorio. Los estudiantes miden con miradas de precisión su estatura: ha crecido por lo menos veinticinco centímetros. Ha crecido tanto que se le ven los calcetines violetas al final de los pantalones marrones, y por encima de los calcetines una franja de chicha blanca, que de ordinario se tiene púdicamente cubierta.
—Ya está —suspiran las masas estudiantiles—, mejor sería irnos a jugar a los bolos.
El profesor Terríbilis hojea sus expedientes y anuncia:
—Os he convocado aquí para saber la verdad y de aquí no saldréis ni vivos ni muertos hasta que me la hayáis dicho. ¿Está claro? Que salga… veamos la lista de los encausados: Albani, Alberti, Albini, Alboni, Albucci… Está bien, que salga Zurletti.
El alumno Zurletti, que es el último por orden alfabético, se aferra al pupitre para retrasar el instante fatal y cierra los ojos para hacerse la ilusión de encontrarse en la isla de Elba de pesca submarina. Por fin se levanta, con la lentitud con que se levantan las naves de siete mil toneladas allá en las exclusas del Canal de Panamá, se arrastra hacia la tarima dando un paso hacia adelante y dos hacia atrás.
El profesor Terríbilis le atraviesa varios puntos del cuerpo con ojeadas incandescentes y lo pincha con numerosas frases punzantes.
—Querido Zurletti, se lo digo por su bien: cuanto antes confiese, antes lo pongo en libertad. Usted sabe, por otra parte, que no me faltan medios para hacerlo hablar. Dígame, pues, a toda prisa y sin reticencias, cuándo, cómo, por quién, dónde y por qué fue asesinado Julio César. Precise como iba vestido ese día Bruto, cómo era de larga la barba de Casio y dónde se encontraba en ese momento Marco Antonio. Agregue el número de zapato que usaba la mujer del dictador y cuánto había pagado esa mañana en el mercado por el queso fresco de búfala.
Ante esta tempestad de preguntas, el alumno Zurletti vacila… Sus orejas tiemblan… Terríbilis se las asetea repetidamente con palabras como flechas…
—¡Confiese! —apremia el profesor con voz apremiante, alzándose otros cinco centímetros (ahora al final de los pantalones se ve casi toda la pantorrilla).
—Exijo un abogado —murmura Zurletti.
—No hay nada que hacer, amigo. Aquí no estamos ni en la Comisaría ni en el Tribunal. Usted tiene tanto derecho a un abogado como a un billete gratis para las Azores. Debe limitarse a confesar. ¿Qué tiempo hacía el día del crimen?
—No me acuerdo…
—Naturalmente. Imagino que usted ni siquiera se acuerda de si Cicerón estaba presente, si llevaba paraguas o una trompetilla, si había llegado al lugar en taxi o en calesa…
—No sé nada.
Zurletti se está tranquilizando ligeramente.
Nota que la clase lo sostiene en sus titánicos esfuerzos para resistirse de la presión del inquisidor. Alza la cabeza de golpe.
—¡No hablaré!
Aplausos.
Terríbilis:
—¡Silencio, o mando desalojar la sala!
Pero Zurletti ha agotado ya sus energías y se derrumba desmayado. Terríbilis llama a un bedel, que llega corriendo con un cubo de agua y lo arroja sobre el rostro del malaventurado. Zurletti abre los ojos, lame golosamente el agua que corre por las inmediaciones de los labios: ¡Dios mío, es agua salada! No hará sino acrecentar sus torturas…
Ahora el profesor Terríbilis es tan alto que choca con la cabeza en el techo y se hace un chichón.
—¡Confiesa bribón! ¡Has de saber que tengo a tu familia como rehenes!
—Ah, no, eso no…
—Pues sí. ¡Bedel!
El bedel reaparece empujando ante sí al padre de Zurletti, de treinta y ocho años, empleado de Correos y Telégrafos. Tiene las manos atadas a la espalda. Está con la cabeza gacha. Se dirige a su hijo con un hilo de voz que no le bastaría para musitar ‹‹diga›› por teléfono.
—¡Habla, Alduccio mío! Hazlo por tu papá, por tu madre que se derrite en lágrimas, por tus hermanitas en el convento…
—Ya basta —intima el profesor Terríbilis—. Retírese.
Zurletti padre se va, envejeciendo a ojos vistas. Mechones de pelo blanco se desprenden de su cabeza veneranda, caen sobre las baldosas sin ruido.
El alumno Zurletti solloza. De su pupitre se levanta entonces el alumno Zurlini, siempre generoso, y con voz firme proclama:
—Profesor, ¡hablaré yo!
—Por fin —se regocija el profesor Terríbilis—. Dígamelo todo.
Las masas estudiantiles se horrorizan al pensar que han criado un espía en su propio seno. Aún no saben de lo que es capaz el generoso Zurlini…
—Julio César —dice, fingiendo ruborizarse de vergüenza— cayó atravesado por veinticuatro puñaladas.
El profesor Terríbilis está demasiado estupefacto para reaccionar inmediatamente. Su estatura disminuye varios centímetros de una sola vez.
—¿¿¿Cómo??? —balbucea—. ¿No era veintitrés?
—Veinticuatro —confirma Zurlini sin vacilar. Muchos lo han comprendido al vuelo y apoyan su declaración:
—Veinticuatro, ¡veinticuatro, Señoría!
—Pero yo tengo las pruebas —insiste Terríbilis—. Consta en autos la célebre oda de nuestro Poeta y Vate, allí donde describe los sentimientos de la estatua de Pompeyo en el momento en que el general cae a sus pies bajo los puñales de los conjurados. He aquí la cita exacta, tal y como resulta de las actas:

Pompeyo, en el gélido
mármol calladito
piensa jubiloso:
¡Cayo, ya estás frito!
Y mientras el César
cae junto a sus pies
él cuenta agujeros:
¡y son veintitrés!

—Ya han oído, señores: veintitrés —prosigue Terríbilis—. Y no traten de enturbiar las aguas con confesiones falsificadas.
Pero la clase se alza en un solo grito:
-¡Veinticuatro, veinticuatro!
Le toca a Terríbilis, ahora, conocer los tormentos de la duda. Se empequeñece cada vez más. Ya es más bajito que la profesora de matemáticas, pero no se queda así: su frente ya está a la altura de la superficie de la mesa; para vigilar a las masas estudiantiles se ve obligado a subirse a la silla, a brincar sobre las puntas de los pies.
Ante esa visión se conmueve el alumno Alberti, que tiene un corazón de oro y todos dicen que ganará el premio a la bondad el día de Nochebuena.
—Profesor —comienza—, el testimonio de la estatua de Pompeyo puede ser comprobado con facilidad. Basta hacer un viaje de estudios a la antigua Roma, asistir al asesinato del César y contar nosotros mismos las heridas con nuestros propios ojos.
Terríbilis se aferra a está áncora de salvación. En un periquete se entra en contacto con la agencia Crono-Tours, la clase se embarca en la máquina del tiempo, el piloto ajusta los mandos hacia los Idus de Marzo del año 44 antes de Cristo… Bastan unos cuantos minutos para atravesar los siglos, que producen mucho menos roce que el aire y el agua… Alumnos y profesor se encuentran entre la muchedumbre que asiste a la llegada de los senadores al Senado.
—¿Ha pasado ya Julio César? —pregunta Terríbilis a un fulano que se llama Mengano. Este no lo entiende y se dirige a un amigo suyo:
—Eh, tú, ¿de onde salen estos paletos?
Terríbilis se acuerda a tiempo de que en la antigua Roma todos hablan latín y repite la pregunta en dicha lengua. Pero los antiguos romanos no entienden una sílaba y se carcajean:
—Pero, ¿se pué saber de onde han llovido estos bárbaros? Mía tú qué cosa, los puen aplastar… Vienen a Roma y no se molestan pa aprender a chapurriar romano.
Es inútil, el latín de la escuela, para hablar en latín, no sirve mucho más que el milanés o el karakalpac. Los alumnos se mueren de risa. Pero no todos. Zurlini está preocupadísimo. Para salvar a Zurletti ha dicho una mentira. Pero ahora se descubrirá que las puñaladas son efectivamente veintitrés; y él hará el papel del liante y del saboteador. Se ganará como mínimo quince años y tres meses de sanción. ¿Qué hacer? Ahí está Terríbilis, que se ha preparado una hojita con veinticuatro redondelitos dibujados y tiene el lápiz dispuesto: a cada puñalada anulará un redondelito… Mambretti, el guasón de siempre, está inflando veinticuatro globos: hará estallar uno a cada puñalada y grabará los ruidos en el magnetofón… Los empollones se han traído minicalculadoras japonesas de transistores… Braguglia empuña el tomavistas para filmar el experimento con película pancromática, doble filtro y teleobjetivo.
—Maldita sea —piensa concisamente Zurlini.
En ese momento aparece en escena una caravana de turistas americanos, que hacen mucho ruido mascando chicle. Arman tal follón que tapan los tañidos de los maceros, que anuncian la llegada del César.
Cae también por allí un grupo de la televisión italiana, que debe filmar un documental para un anuncio de cuchillos de cocina. El director se pone a dar órdenes:
—Conjurados, ¡un poco más a la izquierda!
Un intérprete traduce las órdenes al romano antiguo. Muchos senadores se empujan para que los saquen, empiezan a hacer ‹‹hola, hola›› con la manita. Julio César está jorobadísimo, pero no puede hacer nada; ahora ya no manda él. El director le hace empolvarse un poco la calva, para que no brille. Después las cosas se precipitan. Los conjurados sacan los puñales y asestan una tanda de golpes. Pero el director no está contento:
—¡Alto! ¡Alto! Se agolpan ustedes demasiado, no se ve brotar la sangre. ¡Vuelvan a empezar!
—¡Qué rollo! —rezonga Mambretti—. He desperdiciado trece globos para nada.
—¡Clack! —dice una voz—. ¡Muerte de Julio César, segunda toma!
—Acción —ordena el director.
Los conjurados vuelven a golpear, pero todo se va a paseo porque un turista americano ha escupido al suelo su chicle: Bruto resbala en él y va a caer a los pies de una señora de Filadelfia que se asusta y pierde el bolso. A repetir de nuevo.
“Maldita y remaldita sea”, piensa febrilmente Zurlini.
De repente su tortura finaliza. La clase entera se encuentra de nuevo en la máquina del tiempo, de viaje hacia el siglo veinte…
—¡Traición! —grita el profesor Terríbilis.
—Profesor —explica el piloto—, el contrato era por una hora, y ha pasado una hora. Mi empresa no tiene la culpa si no han visto todo lo que querían; reclámenle daños y perjuicios a la TV.
—¡Sabotaje! —gritan las masas estudiantiles. Ahora se lo pueden permitir, en vista de cómo se han puesto las cosas.
—De todos modos —continúa el piloto— tengo una buena noticia para ustedes: ¡la casa Crono-Tours les ofrece como obsequio una parada de cinco minutos en la Edad Media para asistir a la invención de los botones!
—¿Botones? —repite Terríbilis—. ¿Nos ofrecen botones a cambio de puñales? ¡Que nos importan los botones!
—Pues son importantes —explica débilmente el piloto—. Si no tuvieran botones, se les caerían los pantalones.
—Ya basta —ordena Terríbilis—. Devuélvanos inmediatamente a nuestros días.
—Por mí, totalmente de acuerdo —dice el piloto—. Me bajo antes y me da tiempo de afeitarme para ir al cine.
—¿Qué va a ver? —le preguntan las masas estudiantiles.
—¡Drácula contra el ratón Mickey!
—¡Formidable! Profesor, ¿vamos también nosotros?
El profesor Terríbilis reflexiona a ojos vistas. Ha habido algún error durante esta perversa mañana. Pero, ¿cuál? Quizás en la mística penumbra de un cine podrá meditar sobre esta pregunta y hallar la respuesta exacta.
—Vale, Drácula —suspira.
Zurletti y Zurlini se abrazan. Otros entonan cantos de júbilo.
Pero Alberti, el corazón de oro, deja caer fuera de la máquina del tiempo, mientras vuelan sobre el siglo pasado, su cuchillo de caza, con el cual estaba dispuesto a asestar a hurtadillas la vigésimocuarta puñalada a César, para impedir que la mentira de Zurlini fuera descubierta. Realmente es un buen chico este Alberti: y si el día de Nochebuena le dan el premio a la bondad, harán muy bien, pero que muy bien.

El profesor Terríbilis o La muerte de Julio César (Ils. de Paola)

El profesor Terríbilis o La muerte de Julio César (Ils. de Paola)

Lo primero que llama la atención de este relato es que consta de dos partes: la primera, un interrogatorio de corte policial (como ven, en eso consiste la clase del profesor Terríbilis, y desde el principio); la segunda, un viaje en el tiempo para asistir al asesinato de Julio César. Reflexionando acerca de lo leído, el autor parece rebelarse contra ese estilo de docencia autoritario, puntilloso, tedioso, memorístico y poco centrado en el desarrollo de las capacidades del niño. Nos reímos, por ejemplo, cuando Terríbilis dice: “precise cómo iba vestido ese día Bruto, cómo era de larga la barba de Casio y dónde se encontraba en ese momento Marco Antonio. Agregue el número de zapato que usaba la mujer del dictador y cuánto había pagado esa mañana en el mercado por el queso fresco de búfala”, precisamente, por lo absurdo que resulta que un niño tenga que saberse eso. No obstante… ¿no sería precisamente esta una muy buena forma narrativa de divertir y, a un tiempo, desprestigiar ciertos enfoques docentes poco o nada estimulantes? Mejor sería irnos a jugar a los bolos, como dicen los estudiantes del cuento, ¿no?

Pero ¿hasta qué punto podemos considerar que hay una doble intención, un trasfondo, en la prosa de Rodari? Por ejemplo, y tal y como hemos visto, el alumno Zurletti se imagina, para escapar del tormento, que se halla de pesca submarina en la isla de Elba. Esta isla constituyó el lugar de exilio de Napoleón tras ser derrotado por penúltima vez (la última sería en Waterloo). Allí conservaría en principio su título de emperador con carácter vitalicio. ¿Ha querido, por ejemplo, el autor trivializar y convertir en una referencia lúdica un lugar que, sin duda, más adelante los niños descubrirán como un referente absolutista cuando estudien más en serio la asignatura de Historia?

Entramos, por supuesto, en terreno resbaladizo. Una cosa es que la biografía de un autor mantenga, por pura lógica, alguna clase de ligazón con el contenido de su obra, y otra muy distinta que podamos rastrear las últimas motivaciones que le llevan a pegar dos sintagmas cualesquiera en una oración. La primera tarea de un escritor consiste en entretener, no en adoctrinar. Y los cuentos de Rodari lo cumplen a la perfección; solo en una segunda lectura uno puede dedicarse al análisis del posible trasfondo, al recuento de las posibles intenciones generales o particulares del autor. Y eso solo si lo desea.

Ya desde un punto de vista estrictamente técnico, dos aspectos resultan verdaderamente interesantes en este relato: uno, el tratamiento de la verosimilitud; otro, el tratamiento de la estructura temporal.

En cuanto al primero, vemos que los alumnos y el profesor se embarcan en un viaje en el tiempo, al preciso momento en que van a matar a Julio César. ¿Es esto verosímil? ¿Qué grado de fantasía es admisible en un relato? ¿Cómo conseguimos el aprobado del público en este punto? Merece la pena que nos detengamos en el valor de los antecedentes, en relación con la coherencia narrativa. Por ejemplo, en la película Mujer blanca soltera busca, al final se estropea el ascensor, lo cual incrementa el suspense de cara a lo que vaya a ser de la joven que en ese momento acosan. El guionista (o escritor, pues la novela es previa) ya se ha ocupado de que se vea mucho antes que el ascensor funciona mal con demasiada frecuencia. Solo que, en ese momento, no es una información importante en el contexto narrativo que el espectador lleva recorrido; no puede, en suma, intuir que se trata de una pista-antecedente (salvo que ya se esté tan entrenado que la sospecha continua forme parte del modo en que uno ve un film).

El profesor Terríbilis o La muerte de Julio César (Ils. de Francesco Altan)

El profesor Terríbilis o La muerte de Julio César (Ils. de Francesco Altan)

¿Recurre Rodari en este relato a algún mecanismo que, en el fondo, resulte similar, que persiga como finalidad apuntalar la verosimilitud? Por supuesto. Nos introduce antes del viaje con Crono-Tours en un todo es posible del siguiente modo: el profesor Terríbilis crece y decrece realmente en estatura en conexión a cómo de superior o inferior se siente respecto de sus víctimas, los pobres alumnos. A ojos de un lector adulto, podríamos entender esto en sentido figurado; pero si examinamos cómo está escrito, crece y decrece de verdad, y nos divierte sin más. Por otra parte, Zurletti es interrogado porque elige empezar por el último de la lista. O sea, por azar. Entonces ¿cómo tiene el bedel a los padres como rehenes, para que Terríbilis pueda presionar al chico llegado el caso? Si nos creemos que Terríbilis puede crecer y decrecer contra toda lógica biológica, entonces esto ya nos parecerá muy poca cosa. En realidad, estaremos preparados para admitir como verosímil cualquier cosa.

Así que podemos concluir que el autor se ha situado en una posición bastante ventajosa, ¿no? Pues no. Todo lo contrario. Lo real y lo fantástico (o inventado) suponen polos opuestos; en no pocas ocasiones, podemos llamar verosimilitud a la relación equilibrada en el tratamiento de ambos. No podemos adjuntar recetas porque en literatura no hay recetas; pero sí que podemos decir que cuanto más se acerca uno a los límites de la fantasía, cuanto más le pide uno al lector dar por bueno lo que allí acontece, menos podrá echar mano de la realidad, por ejemplo, para cerrar el relato. Cuando un autor se sitúa en una posición así, se abren algunas puertas, pero también se cierran otras.

Por ejemplo, ya se da rienda suelta a la imaginación del autor, y este decide que la muerte de Julio César va a consistir en… ¡la grabación de un spot para TV!, y en ello embarca a los personajes del relato. Pero la historia se agota y queda pendiente, como ya comentamos, cerrar el relato. ¿Cómo hacerlo? La realidad no le ayuda, pues a Julio César le dieron veintitrés puñaladas, ni una más. Señores, ha escogido el camino de la fantasía, y ya solo esta puede ayudarle. Rodari aprovecha, en concreto, el último canal que se ha dejado abierto: al final del relato, el túnel del tiempo continúa vigente, pues sobrevuelan todavía el siglo XIX. El alumno Alberti deja caer su puñal de caza por este para que aterrice en el César y se llegue así a las veinticuatro puñaladas. ¿Significa eso que cuando todos se hallen en el presente los libros de Historia se habrán reescrito y hablarán, en efecto, de veinticuatro puñaladas? No nos importa, no como escritores, no tenemos que ir más allá, nuestro relato —el del maestro italiano— ha terminado, circunscrito en los angostos límites de la fantasía, como debía ser en aras del pacto de verosimilitud propuesto. En “El Barbarano contra el Inglaprusia o Los magos del estadio”, recurre a otro mecanismo también similar, amparándose en una ficción que, en esencia, funciona como realidad para todos nosotros: la existencia de los cuentos clásicos.

¿Y qué decir de la estructura temporal de este relato que analizamos? Un error de muchos escritores noveles y no tan noveles es anticipar la estructura narrativa. Por defecto, ha de ser lineal. ¿Por qué? Porque nuestros cerebros ordenan los sucesos del mundo de esta manera. Pero hay otras, ya lo sabemos. Este relato de Rodari, que contiene un viaje al pasado, ¿tiene una estructura lineal? Depende del punto de vista. Con respecto a la narración en sí, no se trata de una estructura lineal, ya que la historia se traslada del siglo XX a la Roma imperial de los césares. Pero, respecto de los personajes, se nos antoja mucho más dudoso, ya que no viajan a su pasado biográfico, no hay un salto atrás en sus vidas, sino que siguen con lo suyo de manera continua, solo que en un siglo diferente y en un escenario distinto, ajeno en principio, pero del cual pueden participar, al igual que otros turistas (los americanos que mascan chicle) o que los profesionales de la TV (¡que han conseguido ya hasta poner la Historia al servicio de su interés comercial!; ¿se trata o no de una denuncia intencionada por parte del autor?). En este sentido, en el campo de las estructuras narrativas, podemos decir que estamos ante una singularidad.

Hablar de Rodari es, ante todo, hablar de elasticidad. Quizá este sea un buen momento para concluir que los dogmas resultan entidades muy poco consonantes con el proceso creador, en el marco de la escritura de ficción. Todos seguimos algunas —aunque solo sea por una mezcla de practicidad, economía y relativa seguridad—, pero casi podemos asegurar que, por cada regla que adjuntemos, alguien llegará y la transgredirá, para colmo, con éxito narrativo, para dejarnos en franca evidencia si la defendimos demasiado a ultranza.

Gianni Rodari

3 comentarios en “Nostalgia de LIJ: Cuentos escritos a máquina

  1. Ángela Ruano
    29/11/2016 a las 16:29

    Querido Santi, hermoso articulo.
    Besitos de la abuela Ángela.

  2. Beatriz
    24/11/2016 a las 20:21

    Da gusto leer artículo de LIJ tan riguroso y exhaustivo. Estupendo (,) Santiago Gallego.

  3. Pepepérez
    24/11/2016 a las 08:40

    Me gusta esta iniciativa y sobretodo comenzar con este maestro que es todo un referente en mi profesión de Cuentacuentos. Gracias

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