Lola Suárez
Madrid: Anaya, 2002

La palabra “maresía”, una de las abundantes voces de origen portugués que componen el léxico diferencial del español de Canarias, da nombre a la última novela de Lola Suárez, primera que escribe para lectores juveniles. Situada en la isla de Lanzarote, en la más estricta actualidad, presenta la historia de una playa emblemática que se ve amenazada por un proyecto de remodelación promovido por el Ayuntamiento. Uno de los elementos en peligro es una pequeña isleta en la que el abuelo Juan, en una caótica caseta, hecha con los objetos que el mar hace llegar a la playa, y junto a su antigua barca, pasa los días anclado en el pasado y la nostalgia, recordando a la esposa fallecida. El abuelo Juan, robinsón aislado en sus recuerdos, en su isla y aún en su islote en medio de la playa, termina convirtiéndose en un símbolo de la isla misma para los ciudadanos.

Inscribiéndose claramente en la Literatura de Canarias, mediante las referencias al aislamiento y a la presencia constante del mar, mar de orilla, bondadoso, mítico, esta novela, optimista y utópica, nos habla de participación ciudadana, de la posibilidad de superar las barreras generacionales, de la soledad y el aislamiento. La maresía, el salitre que se percibe en la atmósfera y los objetos de las zonas costeras, se convierte en la novela en un símbolo ambivalente (amor, nostalgia, lenguaje del mar, mensajes de los ya fallecidos), manifestación personificada de la esencia marinera de la isla, que sus habitantes asimilan con las lágrimas, el sudor o sus historias personales, pero que parece operar como fuerza benéfica, autónoma, capaz de proporcionar a los personajes referencias para reconocer su identidad y fuerza vivificadora con que enfrentarse a los desmanes de los especuladores.