En todas partes hay tesoros

En todas partes hay tesorosBill Watterson
Traducción de Francisco Pérez Navarro
Barcelona: Ediciones B, 2012

Aunque no es habitual que en Babar reseñemos cómics, Calvin y Hobbes siempre han sido nuestra debilidad, así que les haremos un merecido hueco con motivo del 15 aniversario de su primera publicación en España (aunque en Estados Unidos comenzaron a publicarse en forma de libro en 1987). Los dos volúmenes que acaba de reeditar Ediciones B (Cada cosa a su tiempo y En todas partes hay tesoros) corresponden a las tiras aparecidas entre 1991 y 1995 (año en el que el autor decidió no continuar con la serie), y fueron publicados originalmente en EEUU en 1993 y 1996 respectivamente.

Bill Watterson (Washington, 1958) es el dibujante al que debemos agradecer la creación de estos dos entrañables personajes, un niño imaginativo e inquieto que toma su nombre del teólogo Calvino, y su tigre de peluche, con el que solo puede hablar él, que se llama como el filósofo Hobbes. Publicista de profesión, y cansado de su trabajo, Watterson decidió un día enviar algunas de sus tiras cómicas a editoriales, y consiguió empezar a publicar en prensa en 1985. Su relación con el mundo editorial siempre ha sido complicada, dado que se ha negado a realizar cualquier tipo de merchandising de sus creaciones, ya que sería contradictorio con los mensajes que transmitían sus creaciones, y a los 38 años decidió no continuar con la serie que tantos lectores y admiradores le había proporcionado, después de más de 3000 tiras publicadas. Watterson declaraba en una entrevista publicada en 2010: “Siempre es mejor dejar la fiesta en el momento álgido. Si me hubiera dejado llevar por la popularidad de la tira y me hubiera seguido repitiendo durante otros cinco, diez o veinte años, la gente que ahora ‘lamenta’ la desaparición de Calvin y Hobbes estaría exigiendo mi cabeza y maldiciendo a los periódicos por publicar tiras viejas y tediosas como la mía en vez de buscar nuevos talentos”.

Esta serie se basa en el humor inteligente, la crítica social y política, y una visión descarnada del mundo de los adultos a través de los ojos de Calvin, un niño de 6 años de una familia media americana cuyo mejor amigo es un tigre de peluche (Hobbes) con el que solo él puede relacionarse, y que aparece inanimado cuando hay otra persona en escena. Ambos amigos pasan el día cuestionando la familia, el colegio, las reglas sociales y cualquier tipo de convención que encuentren absurda o cuestionable. Entre sus aficiones, arreglar el mundo en inspiradas conversaciones, fantasear con dinosaurios y superhéroes espaciales, construir siniestos muñecos de nieve, tirarse en trineo, o molestar a la vecina, una niña de la misma edad que Calvin.

Podemos encontrar paralelismos con otras viñetas protagonizadas por niños, como Peanuts o Mafalda. En relación con esta última, en ambas series el protagonismo de los padres y reflejo del día a día es similar, aunque el compromiso social y político de Mafalda se convierte en nihilismo y humor negro en la pluma de Watterson, lo que hace que tenga más niveles de lectura que el personaje de Quino. Así, en Calvin y Hobbes encontramos más crítica social que política, más análisis de normas de convivencia, de la familia, de la escuela y de la sociedad de consumo norteamericana. Calvin se guía por el principio de placer y por su lógica infantil, pero no carece de principios filosóficos que utiliza para cuestionar a los adultos, las convenciones y reglas de su entorno más cercano, mientras se entusiasma con las cosas más pequeñas y de menos valor para un adulto (insectos, objetos a los que su imaginación dota de vida…). Hobbes es su contrapunto sensato, quien da las réplicas a sus disparatadas ideas, pero también quien disfruta con él tirándose en trineo, o planeando travesuras.

Calvin se considera un genio incomprendido. Su visión del mundo es, para él, lúcida y totalmente lógica, y los adultos no saben lo que hacen, o actúan contra él a propósito. Ante la petición de su madre para que ponga la mesa, él responde con total sinceridad “Creo que no. No siento entusiasmo por poner la mesa”. Ante la solución de un crucigrama con cinco casillas, Calvin sabe que su respuesta de tres palabras es la correcta pero, según él, te obligan a escribirla con letra muy pequeña. Cuando le pregunta a su madre cómo era él de pequeño, y ella contesta “Apestoso”, afirma: “Siempre es chocante ver la existencia de uno reducida a una sola palabra”. Y en otra viñeta dice: “La mayoría de la gente no sabe lo que es ser un niño prodigio. Por eso escribo mi autobiografía”, para más tarde preguntar a su tigre: “¡Eh! ¿Cómo se escribe ‘mocos’?”.

Mucho se puede decir sobre esta serie, y todo es bueno. Quien la conozca, sabe por qué hablamos con tanto entusiasmo, y quien no haya leído nunca Calvin y Hobbes, que corra a una librería a comprar alguno de estos libros. Podemos garantizarle que nos quedará agradecido el resto de su vida. Igual que nosotros agradecemos a Bill Watterson el haber compartido con el resto del mundo esta joya salida de su bien amueblada cabeza.

Calvin y Hobbes

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