El verano en el que todos estábamos enamorados

Marjaleena Lembcke.
Traducción de Nuria G. Santos.
Editorial Lóguez. Salamanca, 2000.

Dentro de nuestro panorama editorial de libros para niños y jóvenes, Lóguez se distingue por una acreditada trayectoria regida por un criterio riguroso y coherente. Así, a lo largo de años de paciente y artesana actividad, ha ido creando un catálogo no muy extenso pero enormemente intenso, con algunas obras que se han erigido en indudables referencias para la literatura infantil y juvenil española.

El verano en el que todos estábamos enamorados es el segundo libro de la finlandesa Marjaleena Lembcke aparecido en la “Joven colección” después de Cuando las piedras todavía eran pájaros. El título anticipa el contenido principal de la obra aunque sólo proporciona parte de las claves que sirven de soporte al argumento de esta novela escrita en clave estrictamente realista. Narrada en primera persona por Leena (¿se trata de un texto autobiográfico?, nótese la coincidencia entre el nombre de la autora y el de su personaje), la niña protagonista de doce años, la historia es la crónica de los enamoramientos que se suceden en su entorno en el plazo de apenas unos meses: los de su hermano, su mejor amiga, la empleada de hogar, su madre (que se siente atraída por un hombre que no es precisamente su marido) y, por supuesto, el de la propia Leena. Todo ello se desarrolla dentro de los contextos familiar y escolar de la muchacha a través de cuyo particular punto de vista asistimos al cruce de afectos, pugnas y sentimientos encontrados en que se ven envueltos los personajes.

Los acontecimientos se nos presentan cotidianos y reconocibles en su cercanía a las experiencias y sentimientos más universales (más allá del exotismo de algunas costumbres nórdicas y de la extrañeza que provocan algunos nombres, tan impronunciables como el de la propia autora), si bien el perfil dominante de normalidad se ve alterado por un breve episodio de aventura.

Mención aparte merece el tratamiento, abierto y no exento de riesgo, que la autora presta a la atracción que la madre de Leena experimenta hacia el padre de uno de los niños que asisten a la guardería que ha improvisado en el propio salón de la casa familiar. Suficientemente inequívoca para que no queden dudas al respecto, la crisis conyugal queda satisfactoriamente resuelta con el restablecimiento de la situación previa.

Novela de emociones a flor de piel, de dudas sobre la propia identidad y las relaciones personales más íntimas, de perplejidades y temores; esos sentimientos tan propios de la adolescencia (del ser humano, habría que decir si no fuera porque, con el paso de los años, tendemos a ignorar las señales que nos envía el corazón). En esa edad incierta se inscriben los destinatarios principales del libro, aquellos que sabrán reconocerse en el devenir de los protagonistas por las páginas de El verano en el que todos estábamos enamorados

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