Corazones de gofre

Corazones de gofreMaria Parr
Ilustraciones de Zuzanna Celej
Traducción de Cristina Gómez-Baggethun
Madrid: Nórdica, 2017

Nórdica Infantil debutaba hace un par de temporadas con una novela de Maria Parr, Tania Val de Lumbre. Unos cuantos libros más tarde, la editorial recupera la primera obra de la autora noruega titulada Corazones de gofre. Si en su país de origen la escritora fue comparada con Astrid Lindgren y Tania Val de Lumbre poseía un poco de Johanna Spyri también, en Corazones de gofre hay que añadir además una pizca de las letras de Enid Blyton a la mezcla, porque la novela comienza como una clásica aventura en período veraniego.

Theo, que narra la historia, cree tener un aspecto normal, rubio y con un hoyuelo en una mejilla. Lena es delgada, de ojos verdes y siete pecas en la nariz. Viven en el Terruño Mathilde, que no parece muy lejano de Val de Lumbre, un lugar que disfruta de un coro mixto, un coro donde se junta todo el mundo, tanto los que saben cantar como los que no. Los dos niños juegan a agentes secretos y a piratas, aunque son chantajeados y vencidos por el olor a gofres, porque los gofres de la tía abuela son lo mejor del mundo, de verdad, de verdad.

El estilo literario es uno de los grandes aciertos del libro, el uso del lenguaje con esas aseveraciones rotundas, realmente parece un niño el que cuenta la historia. De la misma forma, también consigue expresar los deseos infantiles, quizá universales: Theo anhela que Lena lo considere su mejor amigo y Lena quiere un papá por su cumpleaños. Porque al final todo el mundo desea afecto a su alrededor.

El verano se acaba, es hora de retornar al colegio. La novela tiene algo de lucha contra los clichés de sexo, ya que Lena quiere ser portera del equipo de fútbol; y algo de reivindicación de la naturaleza: “en la montaña es casi imposible estar enfadado”. Con la llegada del otoño, la novela se oscurece y la tía abuela les cuenta historias sobre la guerra, en la que lo ilegal es, en el fondo, lo más legal; y sobre campos de prisioneros.

Los niños deberán lidiar con la muerte de un ser querido, que es casi como la nieve, piensa Theo, no se sabe cuándo va a llegar, y es rarísimo no volver a ver a una persona… Aún habrá un día más triste en la vida del joven, a pesar de que él no lo creyera posible… De pronto, casi todo lo que había querido se había esfumado. El día entero es un continuo echar de menos. Sin embargo, echar de menos, explica el abuelo al niño, es el sentimiento de tristeza más bonito del mundo, porque significa que quieres mucho a esa persona, que la llevas dentro de ti.

Pero “¡No se puede jugar con la gente que llevas dentro de ti!”, protesta Theo, “¡Nunca deberían haber inventado a los adultos! ¿Cómo pueden llevarse a los niños de acá para allá sin que ellos quieran?”. Más tarde cambiará de opinión: “¡Hay que ver de lo que son capaces de hacer los mayores cuando se ponen!”. Lástima que no se “pongan” más a menudo, ¿verdad, Theo?

El verano siempre regresa, un tiempo para montar una tirolina entre casas cercanas o enterrar las radios de la gente porque cuando se tiene una vecina y mejor amiga como Lena, pasan muchas cosas raras aunque, a veces, Theo piensa que los días que más le gustan son los normales.

Corazones de gofre

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