Abrázame

AbrázameSimona Ciraolo
Madrid: SM, 2016

Felipe es un pequeño cactus, el más joven de una larga estirpe de cactus importantes, asentados en su parcela, que le dan importancia a la apariencia y al status. Pero Felipe no consigue empatizar con eso, porque el pobre Felipe solo quiere que alguien le dé un abrazo. Pero, ¡ay!, ¿quién va a abrazar a un cactus?

El pequeño cactus parece encontrar un poco de alivio en su amistad con un globo, hasta que, por supuesto, su acercamiento acaba en desgracia, y al echarle toda la familia del cactus la culpa a Felipe (que no tiene culpa de ser quien es) decide no amilanarse, no dejar de ser quien es (alguien que busca afecto), y sale a buscarlo.

Pero nadie le quiere, nadie le abraza, así que acaba adaptándose a vivir solo, resignándose… hasta que un día oye llorar a alguien, acude a esa llamada, y se encuentra a una piedra que se siente sola. Y se abrazan.

Este delicioso y emotivo cuento tiene tantas lecturas como capas de joya irresistible. El personaje principal, Felipe, es un acierto. Es un cactus, pincha (es decir, en principio no es un protagonista típico y dulce), pero es afectuoso y sincero. Y, sobre todo, valiente. Quiere, necesita, que alguien le abrace, y el lector simpatiza con su soledad desde el principio. Es la soledad del que no encaja en el mundo (con el resto, porque hace daño; con los suyos, porque le sienten diferente), pero no por su propia culpa.

Así, aunque Felipe es pequeñito, también es resuelto. En ningún momento se avergüenza de su necesidad de ser abrazado y querido (porque es una necesidad de todo ser humano, que no nos ha de extrañar), sino que hasta cuando todos le culpabilizan por ser simplemente como es, decide marcharse y buscar, por su cuenta, la felicidad.

Es una reivindicación de la libertad personal, del orgullo del “ser”, abierta y espontánea.

Al no encontrar más que repudio y rechazo, Felipe no regresa con los suyos. Se adapta. El mundo es duro, y a él le ha tocado un camino difícil. Así que opta por la resignación, el vivir solo e intentar que eso sea suficiente (impagable la imagen de Felipe haciendo sudokus en un salón solitario, en una casa donde avisa al exterior que él pincha).

Y, de repente, un llanto externo le hace ver que su resignación era falsa.

Y, al final, donde y cuando menos te lo esperas, hay alguien que es adecuado para ti. Existe no un igual, sino un complemento. El afecto puede llegar, se acaba encontrando.

Pero, sobre todo, el apego se necesita. No hay que renegar de él, ni avergonzarse. Sino, como este pequeño cactus, demandar su derecho a sentirlo, encontrarlo, vivirlo…

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