Matías y los imposibles

Santiago Roncagliolo
Ilustraciones de Ulises Wensell
Madrid: Siruela, 2006

Ser feo, bajito y patoso y tener que ir cada día al colegio supone para Matías un duro esfuerzo, no pudiendo evitar ser el blanco de todas las bromas. No saber ni siquiera jugar al fútbol, eso es imperdonable a su edad, incluso el propio Matías está convencido de su culpabilidad. Menos mal que, a pesar de no tener padres, se siente querido por su abuelo, que le espera en casa cada día con una comida horrible, pero dispuesto a contarle las más divertidas historias, ¿hay mayor prueba de verdadero amor?

Arropado por esos improvisados relatos, el chico consigue superar sus miedos y seguir soportando el día a día que le ha tocado en suerte. Cuando el abuelo muere y se queda irremediablemente solo en el mundo, alguien intenta aprovecharse de su debilidad, pero es ahí donde irrumpe la fantasía, porque la realidad no puede convertirse en bondadosa de repente. Así aparecen en su ayuda los personajes de las historias creadas por el abuelo, sus verdaderos amigos, sin negar su naturaleza de seres “imposibles”.

A menudo, en la literatura infantil encontramos sucesos fantásticos que irrumpen en una historia realista como vía de escape de los protagonistas, incómodos con alguna situación de su vida. A veces, esta irrupción es la única posibilidad de que la historia termine bien. Pero no es lo que ocurre aquí. En este relato late una idea más profunda, la de las bondades, no de la fantasía, sino de la literatura en sí misma: los cuentos mejoran la infancia, ayudan al individuo a entender la vida, en esa conexión permanente entre lo que sentimos y los sentimientos que reconocemos en los personajes de las historias. Y sobre todo, éstos, los personajes, toman aquí un protagonismo especial. Porque, en muchos casos, marcan la vida y se quedan ahí en algún lugar interior, recóndito, del lector. Eso es lo que parece decirnos, en tono humorístico y desenfadado, Santiago Rocangliolo cuando sitúa a esos personajes, incondicionalmente y para siempre, junto al pequeño Matías.

El autor plantea además un juego metaliterario con el lector, al que interpela continuamente invitándole a opinar sobre la historia, para terminar cobrando vida propia en el último capítulo. Porque es al final de la historia donde el autor justifica su presencia en el relato como soporte de esos personajes débilmente creados en la cabeza del abuelo de Matías, pues todo personaje necesita un libro donde hacerse “posible”, insistiendo así en la importancia de la literatura.

Y a pesar de la dureza de la historia, el autor es capaz de darle un tono de humor, un humor tierno focalizado en la ingenuidad del niño protagonista, reforzado por las simpáticas y expresivas ilustraciones de Wensell, un ilustrador con gran habilidad para crear atmósferas mágicas con sus suaves pinceladas y sus juegos de luz.

En fin, una historia interesante por lo que sugiere, más que por lo que cuenta, porque propone un interesante ejercicio interior: buscar dentro de cada uno esos “imposibles” compañeros que todo lector lleva consigo.

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