Entrevista a Miquel Desclot


En 1971 usted publica su primer libro infantil, El blanc i el negre (El blanco y el negro) en la editorial La Galera y en esta misma editorial treinta años más tarde, en 2001 publica Més música, mestre!, un poemario por el que se le concede el Premio Nacional de Literatura Infantil 2002. ¿Cuál sería para usted el balance de la Literatura Infantil catalana y española de estos treinta años? ¿Qué ha sucedido desde su punto de vista? ¿Qué se ha ganado y qué se ha perdido?

La verdad es que nunca he sido un especialista en literatura infantil. No soy más que un escritor que también escribe para niños. Por eso nunca he podido estar al corriente de lo que se publicaba en el ámbito infantil, y no puedo presumir de tener una opinión fundada en un conocimiento suficiente. Mi percepción es que durante estos treinta años la literatura infantil ha pasado de un estado de carencia a otro de puro exceso, por lo menos en cuanto a edición se refiere. Ha aumentado exponencialmente la cantidad de títulos publicados, pero me temo que la calidad de esos títulos no ha aumentado en la misma proporción. Se ha ganado en normalización de la edición de literatura infantil, pero sospecho que se ha perdido en exigencia literaria: en nombre de la sacrosanta comercialidad imperante, se publican bodrios inapelables y se rechazan más de cuatro perlas auténticas. Pienso que el boom de la llamada literatura juvenil (en la que no creo demasiado) ha sido particularmente nefasto.

La normalización de la edición, como usted dice, no tiene que implicar necesariamente el imperio de la comercialidad, ni el rechazo de originales de calidad. ¿Piensa usted que esto se está produciendo? Y otra cuestión, ¿la calidad es necesariamente no comercial o, dicho de otra manera, todo lo comercial es malo?

Desgraciadamente, sí se está produciendo. Yo he visto rechazar buenos títulos por el mero hecho de pertenecer a géneros minoritarios como la poesía o la narración corta, o por exceder la extensión media de la colección a la que se hubieran podido incorporar. Y estoy pensando en editoriales muy fuertes que podían permitirse perder dinero en títulos de prestigio. Ahí, la calidad literaria ni siquiera entraba en consideración.

Por supuesto, ni la calidad es poco comercial, ni todo lo comercial es malo. Lo que es funesto es la pereza mental y el miedo al riesgo de ciertos editores que merecerían el título más exacto de fabricantes de libros.

Por otra parte, quiero decir que no me parece mal que exista una literatura de consumo de menores pretensiones literarias. Debe haber literatura para todos, como en el mundo de los adultos. Lo que no soporto es comprobar que este tipo de literatura se está convirtiendo en el referente de la literatura infantil y juvenil, hasta el límite de barrer la literatura que debería satisfacer a los más exigentes.

Usted comienza a publicar muy joven, pues si nació en 1952 y sus primeros libros vieron la luz en el 71, usted tenía entonces 19 años.

En efecto. Mi primer libro, de título luliano, Ira és trista passió, con el que gané el Premi Amadeu Oller para poetas inéditos, apareció cuando yo acababa de cumplir los 19. Desde luego, era escandalosamente joven. E inexperto. Aun así, al cabo de pocos meses apareció ya mi segundo libro, el mencionado El blanc i el negre.

¿Cuáles son las motivaciones que le conducen entonces a publicar para niños?

En aquellos años, toda persona decente estaba embarcada en una forma u otra de lucha antifranquista. Como yo siempre he recelado de la libertad de pensamiento que se pueda disfrutar en un partido político (y los acontecimientos más recientes siguen dándome la razón), nunca me enrolé en ninguno. Pero tampoco me resignaba a estar de brazos cruzados, y por eso dirigí todos mis esfuerzos cívicos hacia el movimiento de renovación pedagógica, que en aquellos años era muy importante en Cataluña. Así pues, aunque por las mañanas estudiaba filología catalana en la universidad, por las tardes me dedicaba a la enseñanza en una escuela de mi barrio y en la escuela de maestros Rosa Sensat. Y fue así, gracias a la confluencia de mi vocación literaria y mi militancia pedagógica, cómo nació mi interés por la literatura infantil. Mis amigos Fina Rifà y Josep M. Cormand me presentaron al editor de La Galera, que era una editorial pionera, y en pocos días me encontré con mis primeros encargos.

Hace usted referencia a los movimientos de renovación pedagógica. Desde su punto de vista, ¿cuánta influencia han tenido en la generalización y difusión de la lectura, si es que han tenido alguna? Y ¿hasta qué punto su influencia en la literatura infantil no ha derivado en una contaminación de índole didáctica, en vez de haber incidido de manera bénefica en la creación?

Hace ya muchos años que puse fin a mi carrera docente, y la verdad es que no me siento muy seguro al contestar a esta pregunta. Sí creo que los movimientos de renovación pedagógica de los setenta, por ejemplo, contribuyeron a elevar el nivel de lectura en el ámbito escolar. Lo malo es que, nos guste o no, aquellos movimientos fueron relativamente minoritarios y hoy en día parecen poco menos que fagocitados por la vulgaridad y la rutina de siempre.

Hubo un momento en que, efectivamente, la renovación pedagógica revirtió en una aberrante didactización de la literatura infantil. Luego se corrigió un poco la tendencia, por fortuna. A mi entender, la literatura infantil tiene que ser tan poco didáctica como la literatura para adultos.

Desde el principio de su trabajo como escritor, usted alterna una mirada, digamos, de autor canónico y una mirada de autor para niños. Estas dos facetas conviven a lo largo de todo este tiempo. ¿Cómo conviven estas miradas? ¿Existe alguna diferencia entre una y otra?

Conviven fraternalmente. Desde el punto de vista de la exigencia estética, no hay ninguna diferencia entre ellas. Lo único que debe tener en cuenta un escritor que se dirija a los niños es que no puede exigirles una experiencia (lingüística, cultural o vital) que exceda a sus posibilidades reales. En cuanto a lo demás, un niño es una persona como nosotros: más o menos inteligente, más o menos sensible, más o menos despierto, intrínsecamente igual que un adulto. Un escritor debe considerar a su lector como a su igual.

No solamente en el ámbito de la creación conviven el autor de literatura para adultos y el escritor de libros infantiles, también en su faceta de traductor-adaptador se produce esta doble vertiente. Usted ha llevado al catalán a poetas como William Wordsworth, William Blake, William Shakespeare, Dante, Petrarca o Walt Whitman, este último junto a Agustí Bartra, y al tiempo al Roald Dahl versificador. ¿Qué diferencias, si es que las ha habido, ha encontrado entre estos dos quehaceres? ¿Ha sentido en algún caso una responsabilidad diferente?

Desde el punto de vista del oficio, no hay ninguna diferencia. Pero no puedo negar que son empeños muy distintos. La responsabilidad que entraña verter un texto canónico y architraducido no es la misma que se experimenta ante un texto menos histórico, menos “fosilizado”. Aun trabajando siempre dentro de unos márgenes de fidelidad muy estrechos, un texto como el de Roald Dahl me daba una libertad de movimientos mucho mayor que los libros proféticos de Blake o las rimas pétreas de Dante. Y la aproveché. En 1988 me dieron el Premio Nacional de Traducción de Literatura Infantil por aquella versión.

Es frecuente, sobre todo desde hace unos años, el acercamiento de escritores conocidos al mundo de la literatura infantil. Los casos más recientes son los de Isabel Allende o José Saramago. ¿Qué opinión le merecen estos acercamientos?

La mejor. Me parece muy higiénico que las primeras plumas de una literatura se dirijan de vez en cuando a los niños. Contribuyen a levantar el listón hasta lo más alto. Uno de los mejores libros de poesía para niños en lengua inglesa se debe a la pluma de T. S. Eliot, ¡nada más y nada menos!

Usted antes decía que un escritor debe considerar a su lector como a un igual, sea este niño o adulto. ¿Cree que esta máxima, que yo comparto, en general preside la creación de textos para niños por parte de los autores españoles tradicionalmente de literatura para adultos?

De nuevo tengo que excusarme por mi conocimiento insuficiente de lo que se publica. Pero, aun no atreviéndome a generalizar, sí puedo decir que he visto a algunos de esos escritores dirigiéndose a los niños como si fueran medio tontos. Es un error imperdonable que dice muy poco en favor de su conocimiento de la naturaleza humana.

¿Qué relación existe entre este libro por el que usted gana el Premio Nacional de Literatura Infantil, Més música, mestre! y el que publicó en 1987 en la editorial Empùries, Música, mestre!?

Empúries se cansó muy pronto de su colección La Poma Verda y la descatalogó. Al cabo de unos años, La Galera me sugirió la idea de reeditar mi libro, que era el tercer número de la colección. Pero como el libro de 1987, nacido como canciones para una cantata infantil, sólo contenía 15 poesías, me comprometí a aumentarlo un poco, sin salir del mismo tema musical. Al final, el libro llegó a las 57 poesías. De ahí el cambio de título.

Hubo un momento en los años 80 en que encontramos un conjunto de excelentes autores catalanes de literatura infantil: Miquel Obiols, Joles Senell, Emili Teixidor, por citar sólo tres. Quizá, fue un momento especialmente bueno de la literatura infantil en Cataluña. ¿Comparte esta opinión? ¿No cree que en el presente hay una cierta crisis en la producción de literatura infantil en catalán?

Como ya dije antes, no estoy muy al corriente de todo lo que va saliendo. Pero sí parece cierto que ni Obiols ni Sennell publican con la regularidad de hace unos años. No puedo decir si es un síntoma o una casualidad.

¿Cree que la materia prima de la ficción literaria es diferente si nos referimos a la literatura para adultos y a la literatura infantil? Y de ser diferentes, ¿según usted, cuáles serían los componentes de una y de otra? ¿Sucede lo mismo con la poesía?

Creo sinceramente que la materia prima no es diferente. Como dije antes, lo único que cambia es que el ámbito de experiencia compartible es un poco más restringido en literatura infantil, ya sea narrativa o poesía.

¿Cuáles son los poetas que usted registra como referentes de su universo poético?

Mi Parnaso es bastante clásico. En la cumbre, siempre están Homero, Ásquilo, Sófocles, Dante, Petrarca, Shakespeare y Goethe (en el Parnaso de mi propia tradición, la cumbre la ocupan Ausiàs March, Josep Carner, J. V. Foix y Carles Riba). En los aledaños de mi cumbre conviven nombres como Ovidio, Blake, Leopardi, Baudelaire, Hardy, Maragall, Machado, Apollinaire, Basho, y otros muchos. Mi gusto es bastante variado, incluso ecléctico.

En la literatura infantil existe un elemento, muchas veces no suficientemente valorado, que es la ilustración y que raras veces aparece, lamentablemente, en los libros para adultos. ¿Cuál es su valoración al respecto?

En general, no me gusta demasiado la ilustración que sigue servilmente el texto. Me gusta más bien la ilustración que, sin traicionarlo, acompaña al texto creativamente. Hace unos años publiqué una antología de poesía erótica universal, con unos dibujos espléndidos de Albert Ràfols Casamada. Naturalmente, no es para niños, pero se trata de una simbiosis ejemplar.

Cita a Ràfols Casamada, uno de los grandes pintores españoles de la segunda mitad del S. XX, como “ilustrador” de un libro para adultos. ¿Cuál piensa usted que es la razón por la que no existen en nuestro país publicaciones ilustradas para adultos?

Por falta de tradición. En comparación con la cultura francesa, por ejemplo, nuestra tradición en edición de libros ilustrados es ridícula. Claro que también nuestro índice de lectura es ridículo comparado con el del país vecino. Una tradición no se improvisa. Y la generación que habría podido cambiar las cosas fue barrida salvajemente por la más incivil de las guerras. Nos costará muchísimo levantarnos de aquel cataclismo. Y no parece por ahora que vayamos por el buen camino.

Díganos algunos ilustradores que le gusten especialmente.

Ha sido un placer compartir unos cuantos libros con Fina Rifà, Lluïsa Jover y Carme Solé. También algún libro con Roser Capdevila, Asun Balzola, Mabel Piérola y Miguel Calatayud.

Por último, ¿comparte con Wordsworth que “aunque ya nunca podremos recuperar el esplendor en la hierba de los días felices, no debemos afligirnos pues siempre la belleza subsiste en el recuerdo”?

Sí. Aunque, afortunadamente, todavía no he llegado a la edad en que uno se resigna a contentarse con la belleza recordada. ¡Wordsworth ya vivía del recuerdo a sus treinta años!

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